Comentario
Nuevamente, como en los casos del arte, la educación o la ciencia, la influencia griega es fundamental para el desarrollo de la filosofía romana. Durante los siglos II y I a.C. alcanzarán un importante desarrollo dos escuelas filosóficas helenísticas: el estoicismo y el escepticismo. Ambas corrientes serán fundidas por Cicerón, hombre ecléctico que consideraba uno de sus objetivos la difusión de la filosofía griega. Sin embargo, no profundizó en el desarrollo de los conceptos, por lo que es considerado más bien un divulgador de los postulados filosóficos griegos.
Lucrecio (98-54 a.C.) es presentado como el gran filósofo de la República. Sus bases se asientan en Epicuro, utilizando la filosofía para liberar a los seres humanos de los temores que traía el momento que le tocó vivir: las Guerras Civiles de César y Pompeyo. Lucrecio presenta un cuadro de la naturaleza y la sociedad en constante desarrollo, en movimiento.
Durante el Imperio, el eclecticismo que caracteriza la filosofía romana se afianza, como nos demuestra el propio Séneca. La naturaleza le interesa desde el aspecto ético-religioso. La escuela estoica y Epicuro serán sus bases, manifestando que a través de la filosofía se alcanza la tranquilidad de conciencia e independencia interior que el ser humano necesita. Reconoce la igualdad de todos los hombres, exalta la vida sencilla y rechaza la riqueza.
La corriente filosófica por excelencia en la época imperial será el estoicismo, al potenciar el intimismo como rechazo al complicado momento que se estaba viviendo con una inminente catástrofe social. Como ejemplo encontramos a Epícteto, liberto seguidor y continuador de Séneca.
El emperador Marco Aurelio avanzó en la línea estoica, otorgando cada vez mayor peso a la cuestión social, ya que el ser humano forma parte integrante de la sociedad y todos sus actos tienen que estar en sintonía con la vida social.
Durante el siglo II las cuestiones religiosas llenarán los planteamientos filosóficos. Los cultos orientales se difundieron, especialmente el cristianismo, alcanzando un importante grado de desarrollo durante el siglo IV, cuando es admitido como religión oficial del Estado.